Ya se, no me digás, tenés razón
“Yo siempre canté los sentimientos a flor de piel. Sin sentimientos no puede existir nada, no se puede vivir. Es la única manera que tiene el hombre de mirarse hacia adentro”.
Roberto Goyeneche
No hay mucha vuelta que darle, a las y los tangueros les encantan las listas con podio, como a todas las personas melómanas, bah. Por eso siempre habrá entre los argentinos una suerte de competencia para ver si en el olimpo de las glorias del canto Carlos Gardel va antes que Julio Sosa, o Edmundo Rivero, o el Polaco... y alguien desde atrás que gritará “Floreal Ruiz, pedazo de botones, se están olvidando de Floreal Ruiz!”, para que otro le diga: “¡El doctor Castillo, salames!” y alguien más que tire una silla al piso al grito de “¡Nelly Omar, pedazo de machirulxs!”. La discusión puede ser bizantina, eterna e inútil, como todos los listados que se proponen para “medir” la capacidad artística en cualquier disciplina.
Lo cierto es que, más allá del “puesto” en el que quiera escalonarse la voz en el tango, a Roberto Goyeneche habrá que guardarle una de las mejores mesas en el bar de la inmortalidad porque el polaco tiene varias medallas que puede colgarse a diferencia de sus pares, sus maestros y sus sucesores. Y son medallas que se fundieron para que él y solo él las pueda lucir. Lo primero que se celebrará toda vez que se lo recuerde es su título único en el tango, el del “Gran Dicitore”, que ya el maestro Salgán (el mismo que lo bautizó “Polaco” a pesar de ser vasco hasta la médula) le clavó ni bien lo escuchó. Nadie le preguntó jamás a Salgán por qué lo bautizó así. No era necesario, todos comprendimos (en cincuenta años de carrera) que para “decir” el tango, no había como el Polaco. Sí explicó una vez, o varias, por qué Goyeneche era el mejor de los “fine dicitore” del tango, y habló de su “Rubato” o “tempo rubato” (del italiano «robado»), que -según definición de diccionario musical-, “es el término musical que se utiliza para hacer referencia a la ligera aceleración o desaceleración del tempo de una pieza, a discreción del solista o del director de orquesta con una finalidad expresiva”. Tampoco hubo que explicar más.
Esa, la del más grande dicitore de nuestra canción, es la primera medalla que se puede colgar el Polaco, decíamos. La segunda no es una genialidad estilística, la segunda es social. El Polaco puede colgarse la gran medalla al mérito de haberle contagiado el virus del tango a la generación que había abandonado al tango porque lo encontraba -con justa razón y en rebeldía contracultural contra los viejos tangueros nazis que lo “resguardaban”- demasiado viejo y botón. La desgracia era enorme, porque el poder histórico del tango era avasallador, riquísimo, maravilloso, pero a casi nadie de los que fueron jóvenes a finales de los sesenta y durante todos los setenta se les ocurría celebrar (ni siquiera compartir) el espíritu cerrado, homofóbico, patriotero y botón de los que blandían el tango como si fuera un cañón que disparaba naftalina. Y aquí el Polaco terció de una manera espectacular.
Si bien Piazzolla, Stampone y Mederos (por mencionar solo a los tres más grandes) batallaron para que el tango fuera otra cosa, ninguno de ellos pudo reconciliar al nuevo pueblo argentino con el espíritu y el amor por el tango como sí lo hizo el Polaco en el disfraz de “el segundo Polaco”, ya menguado físicamente, ya nocheado como el que más, ya más “parlador” que nunca. Ese personaje, anclado en el sentimentalismo de la interpretación, en la nocturnidad, en el mito de la hesperidina y la fafafa, fue el que le (nos) dio a las nuevas generaciones un motivo para volver a la tanguería sin chistar, barriendo con el pésimo trabajo ortiba que los vejetes moralistas del tango habían sembrado en sucesivas argentinas dictatoriales. Y ese re-entré popular a la magia del tango lo hizo de la mano de tres figuras rutilantes. Una ya grande, de salida y dos coetáneos suyos: Troilo, su viejo maestro, que lo acompañó a la tele en varias oportunidades durante los primeros años de los setenta, y más tarde Stampone. Por último Piazzolla, subidos ambos a la cresta de la popularidad en los días de primavera democrática.
Por esas dos medallas se ama al Polaco como se lo ama, y aunque este año la fecha exacta que se cumple sea la de su partida, se nos dibuja una sonrisa en la cara. Por eso vamos a escucharlo un rato, ¿tienen ganas?, vamos:
Ocho tangos en latir
Vamos al génesis, vamos al 53 del siglo pasado, cuando el polaco tenía 26 años y ya era una estrella. Este que vas a escuchar es un tango de la primera tanda de los grabadas por el Polaco junto al maestro Salgán, los primeros primeros. Es un tango que le termina arrebatando en aceptación popular al mismísimo Gardel. Hoy esta versión compite cabeza a cabeza con la que Carlitos grabara en el año ‘27. El Polaco siempre decía que “la vida no sería la misma sin Gardel”; siempre que filosofaba el tango, lo citaba; cada vez que lo mencionaba traía sus recuerdos de infancia al frente de la memoria y hablaba de cómo marcó su vida de niño. Una noche en Grandes Valores del Tango le enrostró a Soldán, que se deshacía en elogios hacia él y los grandes cantantes de su generación, que la mejor frase de los porteños era “Andá a cantarle a Gardel”, porque -la analizó frente al atónito conductor- Gardel era el único que le podía tomar lección a todos. Amén.
Sobre los hombros de su admirado Aníbal Troilo fundó un sonido que -probablemente- sea el que más se recuerde del Polaco a través de los siglos. Fueron muchos años de simbiosis. Pocas veces un director de orquesta arregló tan sobre la voz de un cantante, como tampoco hubo otro cantante que frasee tan en sincronía perfecta con su director. Troilo-Goyeneche es como el huevo y la gallina, nadie sabe a ciencia cierta quién trabajaba para quién. Si el Polaco viviera me daría un “schiaffo” por esto que acabo de decir, su amor por Troilo era devocional. Pero a mi favor juega lo que Troilo le dijo a comienzos de los sesenta: que se fuera y arrancara como solista, porque él le estaba demorando el estrellato. Cada vez que Goyeneche contaba esta anécdota, se le hacía un nudo en la garganta por la emoción. Escuchemos “El motivo”, esta versión mágica que los dos cantaron/tocaron (tocaron/cantaron) en uno de sus miles de re-encuentros, en este caso en 1974, en el antes mencionado programa de Soldán. Es un Polaco que ya empieza a “perder” algunos matices armónicos y comienza a anclarse en los graves, para frasear casi como “conversando”, un Polaco que está a mitad de camino entre “el primero” y “el segundo”. Una joya.
Entonces el Polaco voló un rato solo. En 1963, Armando Cupo, Luis Stazo y Mario Monteleone conformaron el trío que acompañó a este Goyeneche solista. Con ellos grabó tangos hoy “obligatorios” como “Frente al mar”, “No nos veremos más” o “Que falta que me hacés”, pero quedémonos con “Mi malacara y yo”, una hermosa historia de amor entre un hombre y su caballo (hoy, en días de esa cosa llamada pet friendly, sería furor) con letra del periodista y poeta Federico Silva. Presten mucha atención a la calidad de la grabación y a la producción en general: superlativa para la época. “La luna del charquito se te enreda/ como un bichito de luz entre los cascos...” canta el Polaco, sílaba por sílaba, y a uno se le estruja un poco el corazón.
Ya estamos en la década del setenta. Todo es otra cosa. Este país es un quilombo, cómo que no. El tango es y no es popular. Las compañías discográficas se juegan sus cartuchos más fuertes a los popes, y -en el cambio de paradigmas culturales- se producen intercambios realmente magistrales. Como esta grabación del tango existencial por excelencia: “Afiches”, que junta a un Goyeneche robusto, experimentado y con caudal, y a Atilio Stampone, un maestro que también quiso volar de pibe y se largó. En 1973, cuando se grabó esta maravilla, Stampone estaba a mitad de camino de terminar de plasmar su trilogía más grande (los discos “Concepto”, “Imágenes” y “Jaque Mate”) y esas dos energías extremas -el cantante ya mítico, el director inspirado- dio como resultado esta y otras grabaciones que siempre y en todo lugar serán elegidas de entre las mejores de la carrera de ambos y -no me apures que las pongo- entre las mejores de la historia del tango todo. El sonido es increíble, a pesar de los posteriores avances en materia de tecnología en las grabaciones, las de los setentas tienen una presencia y una nitidez ARROLLADORAS. Para disfrutar desde el segundo cero.
No nos maten los especialistas, pero vamos a pasar por alto maravillosas grabaciones del Polaco con la orquesta de Baffa y Berlingieri (hay un disco del ‘67 que es una delicia) o ese hermoso l.p., casi canyengue, que hizo con Pontier a mitad de los sesenta (quizás hagamos trampa más adelante y lo incluyamos...), pero vamos a gastar los últimos cartuchos de nuestra salva celebratoria en la última etapa del Polaco, esa que enamoró a la generación de quienes hoy tenemos entre 45 y 60 años. Y para abrir este tramo, vamos a tirar toda la carne sobre el asador. Esto que estás por escuchar fue grabado en vivo en el Teatro Regina en 1982, con un país tanteando en la oscuridad los ecos de una guerra. Es “solo” un bandoneón y una voz, claro que es el bandonéon de Astor y la voz del Polaco. Siempre se hacen rankings de grabaciones en vivo en las revistas especializadas de música y se debate qué disco está mejor grabado e interpretado, blablabla. Yo llevaría este a la mesa de la discusión y -no me caben dudas- dejaría a más de uno sin palabras. Hace dos años alguien puso un comentario debajo del video al que estás por darle play. Ese comentario dice: “Lo único malo de este tango, es que termina! Qué hermoso por favor!”. Eso.
Casi ya en la recta final de este homenaje, vamos a invitar a lxs lectorxs a escuchar una de las grabaciones más sofisticadas del Polaco, un disco que llegó cuando el argentinito medio ya estaba dispuesto a aceptar la renovación y la mixtura en el tango. Si este disco hubiera sido grabado diez años antes, al Polaco lo hervían en el caldero de la infamia tanguera, pero por suerte viajó a Nueva York a grabarlo en el ‘85, cuando ya nadie podía discutir que el tango podía hacer lo que se le cantaran las medias. Es más: el tango DEBÍA hacer eso. O morir. Así fue como el maestro Carlos Franzetti, arreglador y productor de Rubén Blades, Jean Pierre Rampal, Paquito D´Rivera y una larga lista de etcéteras brillantes, le grabó este álbum: “El polaco por dentro”, y dentro de esta placa inmejorable y genial, figura esta versión de una de las canciones más bellas de la historia del universo.
Para terminar, ¿qué les parece si escuchamos una de las grabaciones más emotivas de todas las que se puedan escuchar en la voz de Goyeneche? Y no solo eso: es una de las últimas grabaciones del maestro. Como de costumbre, tenemos que agradecerle a Litto Nebbia que haya producido este disco en Melopea. Se trata de último disco de Antonio Agri, el gran violín del tango, un disco que si no escuchaste... bueno... ¡escuchalo! En esta placa está este tango que escribieron Piana y Castillo para que Homero Manzi (¡con solo 18 años!) coronara con una de las letras más poéticas que el tango recuerde jamás. Es Agri y es Goyeneche, dos viejos hermosos celebrando la música con el corazón entre los dedos. Y si algo le faltaba a la versión, te lo pone Esteban Morgado con una guitarra tan sutil que más que de la academia parece provenir de la hechicería...
Y bueno… Hagamos trampa, vamos con un extra. Como este año vamos a contar 30 años sin el Polaco, que se fue en un momento de crisis de nuestro país, y nos encuentra en la existencial boda de plata de su ausencia transitando una crisis parecida a aquella que se empezaba a dibujar en el ‘94, vamos a escuchar para terminar un tango que grabó en el ‘66 con la orquesta de Armando Pontier, es una canción con letra del director de cine, guionista y poeta Luis César Amadori. Es un tango original de 1935, pero no viene nada mal escucharlo con oídos de 2024. Quienes hayan viajado en los últimos años a Buenos Aires y hayan visto la realidad de colchones familiares en las veredas, sabrán hacer carne esta letra. Un abrazo amigas y amigos.
¡Viva el Polaco. Por siempre!
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