Un texto de Juan Carlos Pumilla
La Pampa, Argentina tiene talentos a granel. Uno de ellos es Juan Carlos Pumilla, un poeta de los que no se guarda nada a la hora de decir, casi como un grito sostenido en una alta nota en el aire de todos. #LaYapaWeb recoge este precioso texto suyo desde las redes:
PROTOCOLO PARA LA DEFENSA
Lo sostuvo el viejo Brecht, a modo de advertencia, en la alborada de la noche más oscura. Acaso recordando una rutina despiadada de los dominadores a través de los siglos.
Repasemos: primero vinieron por los bienes espirituales, invadieron los templos, destruyeron los códices, luego los cantos y la lengua, más tarde la conversión o la muerte.
A continuación la construcción de una narrativa exculpatoria disimulando el saqueo , tras una prédica falaz que habla de épica y libertad.
Al final, se llevaron el oro.
La historia se repite, dos veces, evangelizó el otro viejo.
Desde el subsuelo del tiempo hasta ahora la cultura es el objeto maldito de la historia. El blanco precursor de todo lo demás.
Aquí está la clave de la articulación que nos congrega y hermana.
La manufactura de una estructura tutelar a fin de fundar defensas propiciando avanzadas.
Acaso no hagan falta arquitectos. Bastan los ejemplos.
Habita aquí la razón de estas presencias. Dos mujeres luchadoras, hermanadas en un origen y un destino común: de las hachadas al canto y la poesía.
Teresa Pérez la Negra Alvarado; retratarlas resulta una obviedad.
Corajudas, perseverantes, representativas de la comarca que nos cobija.
Saben de la lucha pues es ella la que signó todas sus vidas.
Del desamparo, niñas, crecieron en obrajes donde la felicidad es tan avara que volver a invocarla parece una blasfemia.
De la injusticia, porque fueron espectadoras privilegiadas de la explotación del hombre.
Ni que hablar de la soledad, sus ojos hundidos en la inmensidad de un horizonte inagotable.
De ellas aprendimos que el macho del caldén es el más duro , que no es lo mismo mirar que ver y que es poesía el olor a pan horneado o tierra mojada.
Una aprendió el mensaje que porta la cruz del águila y otra descubrió la alegría en el sonido de una armónica , lejana, reverberando al final de una melga impiadosa y feroz que no otorga respiros.
Magisterios del monte espeso.
Ambas saben de los gozos simples e imperecederos.
La que corporiza el tajo definitivo al último tronco del día. Faena que preludia la inminencia del mate cocido de la noche en el fogón que alumbra los rostros entrañables.
Y algo más, catequesis del bosque que comparece, didáctica, en estos días tan inciertos. Una enseñanza, elemental y concluyente, que viene de la tierra y sus hacheros: para frenar al fuego no hay como las picadas.
Resulta eficaz el modelo, Aprender de esta escuela inagotable del caldenar. insistir en lo que mejor sabemos y entendemos.
Juntarnos, por ejemplo.
Cantar, decir, apelar a la Diuca Morisoli haciendo crecer el nuevo día. Resistir en la trova y alzar los diapasones para no olvidar.
ni silenciar…
...ni ignorar.
Que ninguna persona es una isla y se salva solo.
Tener presente que quizás ahora mismo haya un niño Tejada vagando por la calle. Un niñe, un millón de ellos que irán a dormir con la panza vacía.
Nos emplazamos aquí orientados a impugnar los costados más crueles de esta realidad, persuadidos de la vigencia, la necesidad de una canción de cuna que nos cobije y proteja.
Convertir la memoria en una herramienta redentora de la historia.
Para no desconocer que ya hubo -en este territorio de desgajos- forajidos que primero le robaron la guitarra al Tucho e hicieron lo mismo con la del Fueguito. Igual al Sapito, ay…
Lagrimeó el Chiquito con la ausencia de la suya y por ahí anda, apuñalado, el instrumento que se atesora en la casa del Pelusa. Llora Laurita con su congoja a cuesta, por el pillaje del legado de su padre…
Y sin embargo estamos aquí perseverando en el canto.
Nos faltan esos instrumentos pero sus vibraciones persisten, tal cual este vocerío coral que hoy nos acompaña.
Ahí germina el desafío, perdurar en la tarea apelando a las raíces en tanto construir cosas nuevas.
Por caso: ensambles lanzados al viento con la sexta en Re.
En fin: una proclama tenaz que se eleve en las térmicas de esta primavera
Una huella de ida, copla empecinada, a viva voz, labrando surcos hasta mojarle la oreja a este porvenir tan arisco.
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