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Su grato nombre



Un texto de Jorge Gorostiza

Fotografía de portada de Maite Gorostiza


Mi padre trabajaba para IBM, mi madre para la Universidad de Buenos Aires. Fuera de horario, y ad honorem, ambos trabajaban para mí, intentando que resultase yo algo útil para la sociedad: fracasaron con todo éxito... Basten como ejemplo mis estudios de inglés.


Hice la primaria en la escuela José Hernández, sobre la calle Pampa, a metros de Heredia. En primero o segundo grado tuvimos una maestra de inglés, Miss No Sé Cuánto. Todos estábamos enamorados de ella: flaquísima, simpática, de ojos claros y pelo muy corto. Me parece recordar que era algo lánguida y, sin embargo, siempre estará en mi memoria persiguiendo a Belloto por toda el aula. El pequeño Belloto no era la piel de Judas, era el propio Iscariote.


Barrunto que entreviendo que el inglés escolar era más una disciplina olímpica que el estudio de una lengua, mis padres me anotaron en clases particulares con Miss Otra Cosa. Duré un tiempo, ¿un año, un mes? No sé. Me parece recordar que iba a clases con otro compañero, nada que ver con Belloto, Juan Manuel Cordón, un santo de pantalones cortos.


Miss Otra Cosa era vieja y su mamá recontravieja. Ellas nos esperaban con té con leche y algo dulce. La casa, que olía a fábrica, estaba en un primer piso pegadito al paso a nivel de Monroe y Naón. Cincuenta años después, cuando ya he olvidado tanto, sigo atesorando aquello, ese espacio, ese rumor ferroviario, esa foto sepia.


Si el libro de texto se llamaba Look, Listen and Learn puede ser cierto o no, pero suena verosímil. En cualquier caso, en ese o en otro libro, había un robot llamado Tobot. Juan Manuel Cordón o Miss Otra Cosa, o alguien me hizo notar que Tobot se leía igual al derecho que al revés.


Recién supe que eso era un palíndromo mucho después, en tiempos de Menem, otro palíndromo. Como sea, ya desde entonces me admiraba la magia que se esconde en las palabras, en las cosas, en el nombre cifrado de las cosas, en los idiomas.


Obedientes, las veteranas palabras vienen a mí con sólo evocarlas: madre, padre, infancia, escuela, libro, trenes. Llegan, están llegando, una y otra vez, con la serena rutina del ferrocarril.

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