Sin aliento (o como aprendí a amar el FAN)
Por Lucas Martin
A comienzos del 2000, cuando yo era un jóven estudiante de Comunicación en Buenos Aires, la ciudad se ofrecía como un escenario de múltiples oportunidades. La crisis social y económica se palpaba en cada esquina, mientras el estallido por venir se manifestaba en marchas, asambleas y un porteño malhumor de transporte público, microcentro y humedad. El caldo de cultivo incluía una vida nocturna frenética, en la calle y los espacios públicos burbujeaba un creativo caos “pre”: pre digital (sin celulares la vida ocurría ahí), pre macrista (su regulación mercantil de lo público), la escena musical y artística tenía la intensidad pre Cromañón, en cualquier tugurio o barcito sonaba música en vivo y las agendas de los diarios en papel era un mosaico de shows de todo tipo.
En abril, mes de mi cumpleaños y del otoño, la mejor estación porteña, la agenda cultural tenía un evento que llamaba mi atención por encima del resto: el Bafici. El festival de cine independiente de la ciudad me atraía como la luz a los bichitos. Me iba en bici o subte (parada Carlos Gardel) al Abasto antes que nadie, pedía mi programa impreso y me lo estudiaba de pé a pá buscando objetos de mi deseo. Para guiarme leía a los críticos de los diarios o alguna nota extensa de El Amante (si había plata para comprarlo). Llevaba ese programa todo marcado a la Facultad y discutía itinerarios con algunos pocos amigos y amigas entusiastas por el cine.
Quienes fueron al Festival en esos tiernos años vieron a Jarmusch en pantalla grande, se anticiparon a la moda del cine coreano, de terror oriental, conoció al demente japonés Takashi Miike; vio los históricos documentales de Pennebaker sobre Bob Dylan y los años 60; conocíó a los argentinos Raúl Perrone, Lucrecia Martel, Diego Lerman, Lisandro Alonso y Albertina Carri, entre otros; al francés Laurent Cantet, cine latinoamericano y de todas latitudes, retrospectivas de maestros y maestras, animaciones imposibles de encontrar. Un universo de mundos concentrado en dos semanas.
Me acuerdo de llegar a pagar $2 por función, incluso menos con mi libreta de estudiante. El ambiente del Festival hervía, se repartía en diferentes salas, obligaba a cruzarse con las mismas personas, promovía charlas y porros antes de las funciones (y después), amores fugaces que empezaban con los títulos de apertura y se iban con los créditos.
El mundo del trabajo detrás del Festival me fascinaba. Retiraba los diarios del Festival, los leía completos, los juntaba y archivaba. Me atraían esos seres que, credencial al cuello, corrían de un lado a otro, se presentaban en las salas, charlaban con los directores, respondían inquietudes del público.
Por ese entonces me imaginaba pocas tareas mejores que la de trabajar en un festival “¡te pagan para ver películas y escribir sobre ellas!”, pensaba el iluso e ingenuo joven Lucas. En abril de 2008 se hizo una proyección al aire libre, atípica entonces para el Bafici. Se cortó el Pasaje Carlos Gardel, aledaño al shopping Abasto para pasar Luca, el flamante documental de Rodrigo Espina que contaba la historia del líder de Sumo a partir de testimonios de familia, amigos y del propio Prodan, a partir de los cassettes que intercambió con su familia en Italia durante sus años argentinos. Lo que fue una apuesta incierta resultó un éxito desbordante.
Miles nos juntamos y acompañamos el documental, nos reunimos ahí ya no solo el público cautivo del Festival sino toda una tribu diversa que celebró al borde de las lágrimas la fabulosa historia de Luca Prodan y su milagroso arribo a este país.
Corte. Flashforward. 16 años después. Neuquén.
La sala de cine del shopping está llena, algunos se sientan sobre el pasillo pero son invitados a retirarse, otros tantos se quedaron afuera, se entretuvieron por demás y llegaron tarde a la boletería. Son casi las 24 de un día de semana pero se nota un agite. Aplausos, charlas a viva voz, pochoclos, cervezas y flores. No es el ambiente típico que se espera de una función comercial.
Es el segundo día de la tercera edición del FAN, el Festival Audiovisual Neuquén, que organiza la Muni de Neuquén. Un evento público y gratuito. El programa indica que en ese día y horario se proyecta en sala Fuck you! El último show, documental de José Luis García que registra el último recital que Sumo dio en el estadio Obras, a un par de meses de la prematura muerte de Luca Prodan.
El documental se rodó en octubre de 1987 con una sola cámara VHS, empuñada por García, que sigue a Luca en la previa del show, en camarines y escenario. Captura tiempos muertos, charlas, música improvisada y discursos directos. El Pelado más famoso del rock (o el segundo) vuelve a vivir y su presencia es magnética. Se muestra gracioso, bravo y galante; aristócrata y linyera, antes del show se va con parte de la troupe a un bar cercano, lo aborda el público, pero nada se desborda. En el escenario la banda es lo que nos contaron y más: te pasa por arriba con talento y efervescencia ochentosa. Un fragmento de Heroin arranca aplausos emocionados en la sala, también aparecen cuando Luca defiende a las coristas de los insultos machistas del público de Obras.
La película termina y el público se queda hablando con Anibal Esmoris, productor, amigo de Rodrigo Espina y también responsable de Luca, esa que se presentó al aire libre 16 años atrás. El documental se declaró Patrimonio Cultural no comercial, yira por el país con espíritu comunitario de la manos de sus creadores. La charla es animada, va y viene, el público agradece emocionado y aplaude. Parado al lado de Esmoris estoy yo, con una credencial del Festival colgada del cuello.
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