ARGENTINO, un recuerdo imborrable
Mi padre había ahorrado la plata que ganaba en las changas del puerto por la noche. Cada regreso a casa, la pregunta de mi madre: ¿y? ¿te dieron? La respuesta estaba en el rostro de mi padre, cansado, con las alpargatas envueltas en papel de diario listas para el día siguiente, y unos billetes arrugados en el bolsillo del pantalón gastado.
En sociedad con un tío, hermano de mi madre, español y franquista, compraron el almacén y bar en la esquina de Constitución y Pasco de Buenos Aires.
El almacén tenía cajones de madera con tapas, detrás del mostrador ancho y sólido. En los mismos, lentejas, harina, azúcar, yerba, listas para ser vendidas y el papel de estraza gris cortado en distintos tamaños según lo necesario para cada artículo.
Yo ayudaba a la salida del colegio, llegaba apurada, dejaba el delantal en una silla y tomaba la leche de un trago disponiéndome a vender, hacer los paquetes con "repulgo" y orejitas, como las empanadas que tanto nos gustaban.
Cada cliente era un descubrimiento , jugábamos con mi hermano a adivinar lo que pedirían: "¡fideos! ", decía él, ¡ No, azúcar!, decía yo, y salía corriendo ante el llamado de mi padre para ayudarlo a atender el bar. Era el lavacopas confirmado, mientras mi tío estaba en la caja controlando todo: era el único que usaba zapatos y corbata. Yo me dí cuenta que era el único que tenía zapatos y corbata, pero no decía nada, aunque nunca lo olvidé.
El Bar era hermoso, así lo veía yo, porque sobre una de las paredes un gigantesco mueble de madera con tallados estaba prácticamente cubierto con botellas de todos colores. La máquina del café expres era brillante con manijas de madera, las mesas pequeñas con un material en la tapa que permitía limpiarse sin mucho esfuerzo. Las sillas eran envolventes, cómodas, todo era lindo, pero las botellas: lo mejor. Etiquetas de colores para licores, vermouth, vinos, la inolvidable Hesperidina, Cinzano, Caña Legui, Granadina, Cognac Tres Plumas, Bitter, Marraschino, Brandy y ¡tantos más!.
Mi madre me había prohibido entrar al bar, decía que era el lugar de hombres y que no quería verme por allí. Había una puerta con cortina que comunicaba el almacén con el bar. Yo me paraba y espiaba con el placer de violar un mandato y encontrarme con el mundo prohibido de los varones.
Mi padre tuvo que aprender a atender las bebidas y lo hacía bajo las indicaciones de los mismos clientes: "al cinzano dejelo en la mesa con la soda", " póngale un chorrito de limón a la Hesperidina", y así cada pedido era un entrenamiento para Manolo, mi padre.
El sábado al mediodía era la hora de la experimentación y de la charla donde competían las anécdotas de todos, aventuras, amores, viajes. La imaginación volaba sin reparos.
Todos los días eran días de sorpresas, novedades, comentarios: el barrio tenía vida propia y cada vecino era un personaje de la película cotidiana: el casamiento de la hija de Doña Cata ("me parece que se casa con premio...", decía mi madre), el negocio de pastas de Don Carreras (" hace los rellenos de los ravioles con sobras"...decía mi padre). Pero aún así, nada era comparable a la experiencia de inventar mezclas con las bebidas del bar.
Un día sábado, después del vermouth del mediodía, el bar había quedado solitario y silencioso. Mis padres se fueron a dormir la siesta y yo obligué a mi hermano a que me dejara entrar al bar. No pudo resistirse, lo había entusiasmado con la idea de que seríamos una suerte de "barmans" del siglo XX, y pusimos manos a la obra.
La Hesperidina con gotas de Fernet y soda, el Cinzano con limón y Bitter, y así varias mezclas milagrosas. El Marraschino para el final de todo. Cada trago lo probaba, apenas, sin embargo quedé tan mareada que me encerré en el baño negándonme a salir. Mi hermano se asustó y llamó a mi madre. Su mirada fue una condena y yo me despedí del bar silenciosamente.
Me quedó en el recuerdo aquella tarde: mis inventos ¡me habían traicionado! no era tan fácil ser barman y sobrevivir en el intento...por eso, cada vez que veo una mezcla de Hesperidina, Brandy, Marraschino o lo que sea, miro para el costado y digo ¿yo?, no, yo no fuí, ¿yo? : Argentina!. Creo que uno de esos tragos así se llamó en el tiempo. "Argentino".
Hay en la argentinidad muchos sabores, pero como aquel, no creo. No creo.
Hilda López
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