Putin, y los versos firmes de una milonga
La poesía siempre se ha anticipado a las grandes declaraciones políticas. Esta afirmación tiene fundamento, aunque no lo desarrollaré en este artículo porque es un tema aparte, y solo quiero usar el concepto como referencia, en estos tiempos urgentes, y, tal vez, determinantes.
La referencia, en concreto, es a la invasión que Rusia concretó en Ucrania; y es así porque de repente encontré en una cuarteta de Osiris Rodríguez Castillos una interpretación tan profunda de esta realidad cruel y contemporánea, que parece escrita para esta ocasión.
Es parte de una milonga que popularizó esencialmente Eduardo Falú, quien la grabó en 1962. Aquellos años eran tan de guerras y sufrimientos como estos, aunque distintos.
La humanidad siempre repite, y al mismo tiempo, innova sobre la repetición para dar la ilusión de lo diverso.
La cuarteta aferrada a su guitarra, dice: “no venga a tasarme el campo/con ojos de forastero/porque no es como aparenta/sino como yo lo siento”.
Los invasores no deben entender este concepto, porque persisten en tasar el campo con ojos de forastero, y, enseguida, renegar por no entender cómo es posible que haya gente que lo defienda, aunque sea más débil, aunque le cueste la vida, aunque pierda mujer, hijos, y el propio campo, en la pelea.
Rodríguez Castillo agrega otro verso crucial para esta lección de lo que pasa por el espíritu ante la prepotencia del poderoso: “tu cinto no tiene plata/ni pa’ comprar mis recuerdos”.
Vladimir Putin no debe escuchar ni conocer la milonga rioplatense; seguramente desdeña los gestos complacientes que se han levantado hacia el gran imperio ruso antes y después de la Unión Soviética, desde estas tierras confundidas y amadas; tal vez se ría ante la idea de que pueda sustituirse un patrón por otro y mejorar en el intento.
Son especulaciones que no vienen al caso, que no van a la médula de la cuestión, que es, simplemente, que quien mejor entiende el campo es quien vive en él, quien camina por él sobre la huella de sus antepasados, pisándolo con cuidado, como si fuera una caricia más que una pisada.
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