Los indiferentes
“Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte, y no lo encontraban. El sumo sacerdote lo interrogó preguntándole:
«¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?». Jesús contestó: «Sí lo soy». Y todos lo
declararon reo de muerte” san Marcos 14, 55.61-62.64
Creo que cuando Jesús hacía su Viacrucis de 14 estaciones, aplastado por el peso feroz del madero que cargaba, la vida a su alrededor, continuaba. (Nunca mejor narrado con lenguaje cinematográfico que en la película de Mel Gibson ………….)
La Biblia no hace referencia a esto, sus versículos son tan escuetos que nos obligan a imaginar todo lo que sucede en el entorno.
A propósito de ese momento culminante de la cultura judeocristiana me imagino, entre todos los demás, a los indiferentes. Me imagino a aquellos que no miraban el espectáculo, lo miraban de reojo, a los que no lloraban ni se estremecían. Porque en la iconografía vemos a quienes sí participan: los soldados romanos, esas mujeres de Jerusalén entre las que están María y Magdalena, Simón de Cirene, los apóstoles, la Verónica que le refresca el rostro del Salvador con un lienzo.
Estos son los que están narrados, yo pienso en los indiferentes. En los nobles sacerdotes que contaban sus rentas, en los que masticaban fruta desde su asiento en el mercado y escupían las semillas, en los que vendían animales vivos o faenados y discutían el precio, en los que jugaban a los dados apostando por sí llegaba o no llegaba (Jesús al Calvario), y también me imagino a los que se lavaban las manos y alzaban los hombros, tal vez a quienes brindaban con vino y también a los que dijeron “en qué habrá andado este rabino”.
Pienso que los sacrificios tienen siempre este mismo paisaje: el que es sacrificado es el que sufre toda la tragedia, da su cuerpo.
No es difícil encontrar la repetición de este episodio en multiplicidad de ámbitos. Y aquí surge lo político, como un hacer de la vida en común un acto que nos vincule entre iguales y desiguales, el interés por el otro, lo otro, lo que nos rodea, lo que nos compete, debe existir el involucramiento, todo lo que es distinto a la indiferencia que nos aleja de lo social, todo lo que nos vuelve ciegos y sordos y nos hace decir “yo no le debo nada a nadie” como si fuéramos seres sin contactos, como si todo lo consiguiéramos solos. Nadie vive en una isla desierta.
“Después de todo, la esencia de nuestra vida consiste en el funcionamiento político de la sociedad en la que nos encontramos…” dice Foucoult. La vida es “lo político”
Los indiferentes, pobres y tristes, siempre están ahí, midiendo con la misma vara, la misma y aburrida vara siempre. Carecen de la posibilidad de mecerse, de mezclarse, de sentir el aire renovado de la participación, del aporte, de la construcción.
Antonio Gramsci lo dijo: “La indiferencia es el peso muerto de la historia”.
Maria Aurelia Martinez
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