La primera oda de un Bob Dylan cristiano
45 años han pasado desde que Robert Allen Zimmerman, más conocido en el planeta entero como Bob Dylan, decidió fregarse un poco en las advertencias de su casa discográfica, la Columbia Records, y editar el primero de tres álbumes donde iba a celebrar líricamente su conversión al cristianismo, blanqueado así frente a todo el mundo hacia dónde iba su ética y su moral como poeta a partir de ese preciso instante.
El estrépito que causó esta decisión es -a cuatro décadas y media- digno de analizarse para entender que el mundo reaccionario en el que vivimos, ese que salta por cada cosa sin pensar siquiera dos minutos antes de hablar, no es nuevo. Ni mucho menos.
La comunidad judía lo vitupereó, la cristiana no lo terminó de aceptar alegando cierta “impureza” en su fe y la muchachada agnóstica/atea directamente eligió el camino del más duro y puro “jeiteó” (del actual verbo “to hate”).
Todo comenzó un poco más de medio año antes de editarse el disco, cuando Columbia decidió sacar en Europa un simple de adelanto con la canción “Precious Angel”. Allí empezó el derrotero de medirle el aceite a la fe de Dylan con palabras duras. Si bien nadie era capaz de hacer la más mínima crítica a la calidad musical e interpretativa, todos le saltaron a la yugular analizando la letra con bastante impudicia y prejuicio. La dnámica crítica que se ejerció sobre este simple de adelanto se repitió y se amplificó cuando el discos salió el 20 de agosto del 79.
¿Y por qué nadie se animó a decir nada en referencia a lo musical? Y bueno... porque se les debería caer la cara de vergüenza si algo dijeran al respecto. De factura impecable, el disco se apoya musicalmente en los siguientes pilares:
1) Dos tercios de los Dire Straits tocando para él: Barry Beckett en las teclas, Pick Withers en la batería y Mark Knopler en la guitarra ¿qué me contás?
2) Un bajista con más buen gusto que un dandy y más pista que Indianápolis: Tim Drummond, que tocó con James Brown, Eric Clapton, Neil Young, Crosby, Stills & Nash, Ry Cooder, J. J. Cale, Lonnie Mack, Miles Davis, B.B. King, Joe Cocker, Albert Collins y la lista sigue...
3) Un arreglador y director de vientos que en materia de soul sabía como nadie: Harrison Calloway, leyenda, director de los Muscles Shoal Horns, grupo de vientos que acompañaron y “soulizaron” a Elton John y John Lennon, entre otros niños blancos con ganas de ser seducidos por el lado negro de la vida.
4) Coros gospel de tres auténticas bestias del estilo: Regina Havis, cantante de sesión que desde este disco en adelante consagró su carrera a cantar junto a Dylan. La segunda es Carolyn Dennis, quien también hizo coro con los Carpenters, con Kenny Loggins, con Bruce Springsteen, con Minnie Ripperton y con Michael Jackson, por mencionar solo algunos de los artistas que ha acompañado. También la llamaron para recrear las voces de Josephine Baker en las dos biopics que se filmaron sobre esta leyenda de la voz. Finalmente Helena Springs, la primera de las coristas que bancó a Dylan en esta aventura cristiana cuando en el 78 Bob hizo el “Gospel Tour” (y allí fue donde empezaron a fustigarlo con este tema de la fe), Helena fue corista de Eric Clapton, Elton John, Pet Shop Boys, Bette Midler y Mick Jagger, entre oros niños y niñas.
Con todo esto a favor no alcanzó para que el foco se corriera de las ganas que la prensa y la crítica especializada tenían de bardearlo por abrazar el cristianismo.
Algunos ejemplos de este “jeiteo”:
El crítico Charles Shaar Murray dijo “Dylan nunca ha parecido más perfecto ni más impresionante que en este álbum. También nunca ha parecido tan desagradable y tan lleno de odio”, se refería a las letras ¿Por qué lo decía y en qué se basaba? Quien sabe...
Greil Marcus, columnista de la muchas veces snob Rolling Stone acusó a Bob de “vender una doctrina preenvasada que ha recibido de otra persona” y Clinton Heylin escribió oooootra crítica en la que le daba la razón a su colega y decía “lo bueno de Marcus es que aisló el mayor defecto de Slow Train Coming, un subproducto inevitable de su determinación (la de Dylan) para capturar la inmediatez de la nueva fe en una canción”.
Como verán, palabras adversas no faltaron.
El tiempo pasó y cuando pasa el tiempo, los melones de la carreta se acomodan. Si hoy revisás el disco lo primero que te encontrás es que es potentísimo, que está labrado con belleza orfebre, que Dylan canta como jamás había cantado y jamás volvería a cantar y que todas las letras enaltecen alguna cosas del cristianismo que mucho cristianos deberían ponderar por sobre lo más castrador y totalitario del dogma: Dylan habla de la compasión, de la cohabitación santa con la naturaleza, de lo sencillo y fluido de decidir la propia fe teniendo en cuenta el colectivo y de otras cosas bastante nobles. Mucho más nobles que otras canciones de otros momentos de su carrera, en los que era un cascarrabias sin perspectiva y hasta un poco pedante.
Vale la pena escuchar este disco una y otra vez, y en alguna de esas pasadas, leer las letras en español (si es que no entendés el ingés, que bastante atravesado es Bob para pronunciarlo).
Discazo, para quien le acompañe en la fe cristiana, o para quien no. Da lo mismo: aquí hay música bellísima y poesía enserio. Y eso es todo!
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