La insoportable gravedad del ser
Las palabras y los cuerpos
A nuestros cuerpos pertenecen las palabras. También a los de aquellos antepasados que hace más de 30.000 años se sostuvieron gracias a sus pies y desde ese sostén se animaron a erguirse. Esa conquista también implicó muchas otras conquistas. Parados, en un equilibrio inestable, el aire podía conservarse cómodamente y recorrer a su antojo nuestras más ignotas cavidades. La lengua, quién sabe si divertida o curiosa, comenzó a moverse. Sí. Imagino que primero fue el grito que desde las vísceras ascendió hacia los labios. La exclamación que como un juego o una necesidad o una invocación comenzó a repetirse hasta formalizarse en sentido. Lentamente el lenguaje nos hizo humanos.
Muchas teorías se plantearon sobre este origen. Quién constituye a quién. Si la humanidad es una especie verbal, si el pensamiento está antes que el lenguaje como sostiene Piaget o si el verbo fue construyendo la especie como afirman Vigotsky y también Chomsky (en este punto no dejo de recordar aquellas primeras lecciones hebraicas sobre el estudio del Génesis: “Lo primero fue El Verbo”).
Y cuento esta historia a algunos jóvenes. Me escuchan, atentos. Para muchos de ellos supongo que la lejanía los acerca a las palabras. Ellas están allí, al costado de un río que corre. Piedras que se arrojan. Piedras que se amontonan. Lo cierto es que se sorprenden con mi entusiasmo (vislumbro al menos unas sonrisas) y más aún cuando mi discurso empuja la historia desde los sonidos hacia las letras. Entonces me habita el silencio y la espera de un gozo.
Mi cuerpo se hace cuerpo de aquella experiencia. Mi mano se posa sobre la pared y no es mi mano.
Es aquella que acarició con su calor de mamífero la frialdad de la cueva para registrar en ese acto la amenaza, el espanto. O, escuchando a Borges, también el coraje, la valentía de saberse diferente.
Ahora, desvelada por la resonancia de las palabras en mi vida, mi memoria rescata una conversación que tuve por el año 2000, vía mail, con un compañero, prof. de la Universidad Nacional del Comahue, Eduardo Groscaulde, el “Oso”. Comparto entonces ese intercambio y mi homenaje.
A:¿Qué piensa la Física sobre las palabras? ¿Qué pensamientos te despiertan?
E:En general desconfío de los sustantivos porque son como envoltorios para un montón de cosas que de otra manera andarían sueltas por la vida; y dependen de quién hace el paquete, cómo y cuándo. En general, creo que los sustantivos existen porque tenemos manos, porque tenemos la costumbre de manipular los conceptos como hacemos con los objetos del mundo. Superponemos una cosa a otra, metemos un objeto en un contenedor. Acercamos lo que nos interesa, ponemos en la distancia lo que molesta o nos contradice. Cada disciplina de conocimiento va a hacer su recorte del mundo mediante el expediente de otorgar convencionalmente un significado a cada sustantivo.
Sin embargo, ni siquiera la Física admite que un objeto sea siempre el mismo objeto, ni que sea el mismo dependiendo de quién lo observa. Los límites del objeto que llamamos persona no son constantes, ya que hay un permanente intercambio molecular con el entorno. La persona puede variar sus propiedades físicas según el entorno: sometámosla experimentalmente a una presión de muchas atmósferas y entonces tendremos dificultad para decidir si se trata de la misma persona de la que hablábamos antes. :)
Las personas, en cualquier realización del concepto, participan de todas de las cualidades de la materia: tienen peso, dimensiones físicas, una determinada resistencia al calor. Algunas personas son más densas que otras, y algunas, como la materia, son mayormente espacio vacío. :)
A: ¿Y los verbos?
E: Bueno. Veamos. Una persona no es siempre la misma persona así que cae por su propio peso el verbo 'es'. ¿Es en relación a qué? ¿Según quién y cuándo? Una partícula es diferente, porque no es más que una
partícula: ni gorda ni flaquita, de ningún color, no mucho más que un punto móvil en el espacio.
A: “Cae por su propio peso”, ¿qué pasa con la gravedad y las palabras?
E: En la Física tradicional, los objetos siguen determinadas trayectorias "obligados" por las circunstancias; pero hay movimientos infinitesimales que (como no sabemos por qué o quién están dictados) los podemos llamar "suerte" o los podemos atribuir a la colaboración que preste o no el objeto para cumplir su destino. Y estas pequeñas olas de energía liberada no se sabe a santo de qué o de quién, podrían ocupar el lugar de la libertad en la Física. De hecho, de un problema matemático indeterminado (el que tiene muchas soluciones) se dice que tiene "una cantidad de grados de libertad". La palabra también es energía.
A: Me interesa la cuestión del destino…
E: Esto de desviarse un poquito de los destinos prefijados puede parecer tendencia al caos, pero, por un lado, este caos está controlado, ya que las leyes probabilísticas a las que obedecen los objetos involucrados en procesos aleatorios son sumamente eficaces: es posible determinar el número Pi con todos los decimales que se quieran solamente tirando una aguja al suelo una cantidad suficiente de veces...
Y por otro lado, el caos es precisamente el destino final del Universo, ya que todo lo que ocurre en el mundo de la Física ocurre para desordenar, para desintegrar, para equilibrar, para volver el mundo a la simetría.
A: Y los vacíos...¿cómo funcionan los silencios en el lenguaje?
E: ……
(In Memoriam)
Aleli Gotlip
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