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La guitarra de Jimmi

Nada fue igual después que Jimmi incendió su guitarra en Monterey. Por ese eléctrico humo se fueron los demonios y los ángeles, y se esparcieron en el mundo, que estaba por entonces metido en su propio caparazón almibarado. Jimmi estaba poseído desde pequeño, rodeado por música como moscas, que atrapaba al vuelo, y después soltaba a mordiscones, tras dormir con ellas, hacer el amor con ellas, rezar al Dios bendito con ellas.


Ese día, las moscas se hicieron fuego, porque Jimmi roció su guitarra con combustible, chasqueó su encendedor, y la volvió pura llamarada musical, mientras los idólatras se suicidaban en masa, allá en Monterey, (o tal vez en Hanoi, donde los hijos de Hiroshima y Nagasaki encontraron su destino inexorable).

Jimi Hendrix - F: Ilustración
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Dios, Dios de todos los cielos y todas las tierras, empezó entonces a vestirse de Satán para divertirse, enredando en su cola los mismos espíritus que se habían metido con Anita en la fuente de Trevi, resbalando por el vestido de satén, entre los grandes senos que ya se fueron al cielo de la tormenta, de la confusión y la belleza inenarrable.


Les digo que Dios estaba convertido en Satán en la guitarra quemada de Jimmi en Monterey, tan lejos como fuera posible del Vaticano santurrón, y aquel humo lleno de moscas musicales llegó tan lejos como cualquiera pudiera imaginarse, mientras Elvis cantaba Fever y Atahualpa afiebraba atardeceres con aquella flecha en el aire que todavía vuela por encima del Papa y del Presidente. Toda aquella algarabía comenzó en Monterey, justo en medio de la nada aterradora de las multitudes aullantes.


Rubén Boggi

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