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El mendigo. Por R. Boggi

Usted caminaba con paso burgués por la vereda de la calle Fernández Oro, y el sol apenas asomaba por detrás de los eucaliptos y las viejas casas de adobe, de chapa y madera podrida por el paso de los años, y usted caminaba, seguro de sí, pensando en las cuentas bancarias y en la cotización del bitcoin, y en el precio de las naftas, y en el desarrollo del shale como una serpiente oscura.

F. Ilustracion (google)
F. Ilustracion (google)

Usted caminaba por prescripción médica, por el 117 de glucemia en los análisis, y ese mendigo se apartó a su paso, y usted lo miró fugazmente, con el rabillo del ojo, y el hombre, petiso y desarrapado, llevaba la cabeza baja, apuntando al suelo de baldosas rotas y viejas, y en una mano llevaba una bolsa informe, y en la otra parecía llevar una nada, una imaginaria cosa parecida al sol de la tarde y al dulzor amarillo de las semillas en el campo.


Usted caminaba con seguridad burguesa, con 200 años de sólido capitalismo en la conciencia, mientras a su derecha la fila de casas transcurría como un lento tren por la vía muerta de los recuerdos,

Y el sol se ponía blando

En la cresta de los eucaliptos

Como una mano que acaricia,

Como una mano

Que de vez en cuando pasaba por su frente, como una ocasión más allá del momento, en la caminata que usted caminaba con paso civilizado y equipo de gimnasia demodé, mientras el mendigo pasaba a su lado y le echaba una mirada que fue como un rayo de pronto en la sonrisa amarga de la tarde, la mirada de un animal, de un perro que mira para constatar que no le peguen a la pasada, una patada de burguesía flagrante, una patada llena de plazos fijos, acciones, edificios de acero y aluminio,

Y los gorriones se fueron con él

Era petiso, cabezón, desarrapado

Y nunca más lo verá usted, nunca más.


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