De ancianidades, adultos mayores y viejos chotos
Días atrás escuché una entrevista que le hicieron en un programa de televisión a un prestigioso gerontólogo que sostenía que en el mundo ya estaba cambiando la mirada que hasta hace poco se tenía sobre la vejez. Y daba datos sorprendentes de estudios que vienen realizando especialistas que se dedican analizar esa etapa de la vida.
Diego Bernardini, el gerontólogo en cuestión, dice que la ciencia está derribando estereotipos muy arraigados aún en la cultura contemporánea y asegura que con los años las personas mejoran el desempeño general que no es otra cosa que la toma de decisiones. "La edad cronológica ya no nos define. Las grandes plataformas ya no segmentan por edad, segmentan por gusto. Y hoy la riqueza de los equipos de investigación, corporativos, intelectuales y de producción académica tienen una variedad y diversidad en cuanto a las edades", indica. En pocas palabras, los viejos, "adultos mayores", o cualquier eufemismo de los que habitualmente se utilizan, son personas que activas con capacidades especiales para enfrentar lo que les queda de vida.
Mi abuela Lala enviudó a los 42 años y creo que a partir de ese momento se convirtió en una adulta mayor. En Neuquén comenzaron a llamarla "Doña Lola" cada vez que los vecinos se referían a la mujer que había quedado sola y que criaba -como podía- a dos adolescentes. Pocos años después, sus hijos se casaron y pasó a ser la "Abuela Lala", a los 56. Para nosotros siempre fue vieja; para el pueblo también.
Sostiene Bernardini que en Estados Unidos la presentación de patentes de invención entre los mayores de 45 años se triplicó en los últimos 20 años y las que tienen mayor retorno económico son las de mayores de 55 años. Y recuerda que las empresas más importantes del mundo fueron creadas por personas mayores de 55 años. "La creatividad ligada a los jóvenes es un estereotipo", asegura.
Dos veces lo vi llorar a mi viejo. La primera, cuando murió su padre; la segunda, cuando lo jubilaron de prepo en YPF. Entre lágrimas él mismo decía que ya no servía para nada, que lo habían descartado, que se sentía bien trabajando... Pocos meses después la propia empresa lo volvió a contratar porque no tenía dibujantes técnicos con experiencia y la noticia la festejó como si hubiera ganado la lotería. La jubilación definitiva llegó con el avance de la tecnología.
El gerontólogo aclara que no está a favor de que la gente se jubile más vieja, pero que quiénes siguen sintiéndose productivos deberían hacerlo. Y si no es un trabajo tendría que ser una ocupación que genere placer, que siga alimentando la creatividad en su mejor momento.
"Nosotros seguimos viviendo como se vivía en el siglo XX: estudio, trabajo y jubilación. Hoy esa idea de tres fases en una vida lineal ya no existe. Hoy la norma son las transiciones, es el aprendizaje constante a lo largo de la vida, es reinventarnos y buscar un bienestar en el que hoy podemos influir", dice el especialista. Y reclama que dejen de tratar a los viejos como si fueran niños.
A poco de jubilarse mi tío Aldo llegó un día a la casa de mi mamá furioso para contarle un desagradable episodio que había vivido. En aquel tiempo las jubilaciones se pagaban presencialmente en el banco y la gente tenía que ir temprano a hacer la cola para cobrar.
En las mañanas de invierno, los hacían pasar para que no tomaran frío en la vereda y esperaran sentados en el hall de entrada. Y en eso estaba mi tío cuando se acercó una promotora jovencita y le dijo: "¿Quiere un café abuelito?". Mi tío casi explota de la bronca. "¡Yo no soy ningún abuelito! ¡Soy un hombre!", le gritó.
La jovencita quedó desorientada porque, en realidad, no tenía culpa alguna en sus buenas intenciones. Desconocía la pobre que el abuelito al que le ofreció café había sido contratado recientemente en Estados Unidos para tomar exámenes y adiestrar a futuros pilotos de aviones Saab.
Dice el gerontólogo que después de los 50 comienza la etapa más larga de la vida y que la mitad de la gente que hoy tiene 50 años va a llegar a los 95 y que la gran mayoría de los bebés que nazcan hoy vivirán hasta los 100 años.
¿Valdrá la pena llegar a ser un centenario? Si es así, ¿para qué? ¿En qué condiciones? ¿Cómo serán catalogados?.
Yo no sé bien cuánto más voy a vivir, ni tengo enormes expectativas sobre cómo será mi vejez.
Por lo pronto, lo único que aspiro es llegar a viejo con un lugar para vivir, con los recursos suficientes para alimentarme y pagar los remedios que me demanden los achaques del tiempo, sentirme útil y tener algunas neuronas sanas que me permitan pensar y combinar palabras para seguir escribiendo algo supuestamente bueno o, al menos, interesante.
Después si me llaman adulto mayor, hombre en situación de canas, abuelito o viejo choto, la verdad, me importa un comino.
O mejor dicho, y para que no suene tan antiguo, me importa tres carajos.
Comments