Cuando viajo me gusta encontrar lugares que ya conozco
Al entrar en el Camposanto de Collioure, doblando a la derecha, está la tumba que
buscaba. Camposanto es una palabra que me gusta.
Rojo, amarillo y morado, las banderas suspendidas sobre la verja, que es guardiana del cabezal de la lápida, dan colores a este pequeño sitio de memoria.
Veo increíbles flores frescas que también dan color.
Después de pasados setenta y ocho años, insisten. Sobre las losas de piedra de campo se ve un relieve con el rostro del poeta. Tengo la respiración del que no cree que sea cierto, a la mano está el lugar donde duerme el que nos enseñó que no había caminos, sólo había que hacerlos. Entonces, ya hice mi camino a Collioure, ya he llegado.
Poeta: persona que compone poesía. ¿Solamente eso? Es poco. Este poeta escribió la poesía de la estridente fatalidad de la vida y de la naturaleza, porque “al borde del sendero un día nos sentamos” y “los álamos cantan y es hermoso el día”.
No lo supo, no lo imaginó Antonio Machado, en aquel invierno sin piedades de la
España de 1936 que él había profetizado: “ha de helarte el corazón” No imaginó
que siempre habría flores sobre la losa y que descansaría infinitamente junto a su
madre. Es la tarde y el sol brilla, el ciprés lanza una advertencia de vigía.
Los pasos, mis pasos sobre la grava no están empapados como los de él, que llegó trabajosamente hasta Francia dueño de todas las lluvias, por dentro y por fuera. Están los ruidos que apenas se dejan oír desde la calle, lo demás es silencio. Sobre la losa me detengo a mirar los objetos que dejan los que como yo, vienen a recordarte. Antonio, te han regalado un lápiz. En un pedrusco chato está escrita la breve leyenda del caminante. También un ramito de lavandas secas. Y otras tantas piedritas de aquí para allá. Curioso porque no hablan las piedras.
Pero no estoy tan segura. Una placa de homenaje y un buzón de cartas para alejar las soledades. ¿Quién te escribe poeta? El que lo hace ha de querer cederte un retal de sí mismo en donde tú has entrado tan dulcemente…
Y tu madre, doña Carmen, que seguro pregunta “¿cuándo llegamos a Sevilla?”.
Por último desenvuelvo un rollito de papel blanco donde dice: “Papagayo verde, lorito real, di tú lo que sabes al sol que se va” ¿Qué sabías poeta?
Piedra y flores Antonio, lo que perdura, no las armas, no la lluvia severa, no el camino último desde tu suelo hasta la tierra ajena, escapando de la furia, no los odios ni la ceguera.
Desde esos primeros versos que leí … “Es una tarde clara, casi de primavera, tibia tarde de marzo”, hasta que yo te recuerde por última vez, conversaremos siempre, poeta..
ANTONIO MACHADO, poeta de la Repúlica (1875-1939)
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