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Cierta magia, Esteros del Iberá





Por María A. Martinez


Pequeño pueblo de tan solo 1200 habitantes enclavado a orillas de la Laguna Iberá. Por su riqueza natural se ha convertido en un destino turístico reconocido internacionalmente, famoso por la abundancia de la vida silvestre y el fácil avistaje de aves.


Esteros del Iberá es una de las joyitas naturales de la Argentina que recomiendo visitar.

Nuestro guía me recordaba a Indiana Jones, por su ropa y su sombrero. Nos llevó a pasear por los esteros en una lancha, muy despacio, sin asustar a los animales. Viven ahí que dan envidia. No los disturba nada ni nosotros sacando fotos como poseídos. En todo caso los cocodrilos gozándose el sol eran las reliquias antropológicas que buscábamos, junto con los inefables carpinchos.



Los atardeceres en la laguna otra maravilla.


Y el elemento mágico para mí fue visitar el cementerio. Sí, lleno de ovejas pastando.

Un cementerio no tiene por qué ser un lugar ordenado ni arquitectónicamente prolijo, no tiene reglas porque sus habitantes son libres, entran y salen, gozan de luna llena y de lobizón, de estrellas como tizones, o luces malas o vientos, de sol que raja y de silencios a medias, y de una dueña que no tiene competidores, la enorme soledad.

LLegamos y ahí está, un cementerio de pasto alto y desmelenado invadido por ovejas que se encargan de mantenerlo a raya. Son numerosas y no entienden quién es este grupo de visitantes raros que abren el portón y pasan sin más. Las ovejas no se espantan, pero tampoco confían, se van corriendo hacia el lindero, miran de reojo y siguen masticando. Mientras tanto un cielo azul muestra una réplica más clara de nubes-ovejas.


Pocas sepulturas, tumbas olvidadas con flores de plástico, algunas pintadas de rojo, otras de azul. Dicen que en cierta época, liberales y autonomistas marcaban la diferencia. Tumbas acumuladas sin orden definido, como esparcidas sin ton ni son. Losas revestidas con cerámicas de sospechosos tonos, parecidas a mesadas de cocina, tengo que decirlo. Restos, abandono, demolición. Cunden los crucifijos variopintos y también las miradas de las últimas ovejas, que han optado por salir del predio cruzando una abertura del alambrado. Las placas son antiguas, no hay fechas cercanas. En este espacio del mundo el cementerio parece existir solamente porque nadie se acuerda de él. Imagino que acá se muere poco la gente, o tal vez ya no quedan albañiles que sepan construir una tumba. Me acuerdo de pronto de la melancolía de Cien años de soledad, ésta es más extensa todavía.

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