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Daniel Moyano, un viajero musical de lujo

Cuenta el riojano Daniel Moyano en su libro “Un silencio de corchea,” que durante varios años fué integrante de un conjunto musical que recorría los caminos del noroeste argentino como violista.

Llevaban la música a los pueblos más apartados y por falta de salas, actuaban en los patios de las escuelas, debajo de los árboles y en algunas ocasiones a la orilla de los ríos. Tocaban para gente que por primera vez iba a escuchar música en vivo y que sorprendidos, a veces, abrían los ojos como calderones al verlos y escucharlos.

Andando por La Rioja y precisamente en “Vinchina”, entró un perro a la sala y se sentó entre la tarima donde tocaban y la primera fila de sillas, muy seguro y orondo, sentado sobre las patas traseras, con las de adelante estiradas y las orejas paradas como campanas atentísimas. Para sorpresa de todos escuchó la primera parte del concierto y en el intervalo salió como los demás por un poco de aire fresco y volvió a entrar y adoptar la misma posición que tuvo desde el comienzo del concierto. Llamó enormemente la atención la concentración que tenía para escuchar.

Lo bautizaron “Arpeggione” en honor a Franz Schubert. Alguno arriesgando una teoría Darwinista dijo que….”había llegado la hora en que otras especies también quieren erguirse como nosotros”. Lo cierto es que varias veces fueron a tocar y en todas "Arpeggione" estaba. Cuando una intervención militar borró la orquesta de un plumazo el perro perdió toda posibilidad de alimentar su vocación y cuentan que lloraba la ausencia de la música.

Dicen que en los últimos tiempos se había transformado en un monstruo auditivo de orejas desmesuradas, imagínense un animal de música abandonado en ese silencio terrible de los Llanos riojanos.

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